Después de leer el libro me entretuve en ir recopilando fotos de los escenarios que aparecen. Una forma amena de descubrir nuevas curiosidades relacionadas con la historia de Cádiz. El seguir este blog puede facilitar la lectura del libro o complementarla para profundizar más en él. No es mi recomendación no leer el libro, pero si alguien anda falto de tiempo o prefiere abreviar, puede hacerlo por aquí. La mayoría del texto son extractos. Queda así en forma resumida. Los números entre paréntesis son la referencia a las páginas en la edición de bolsillo. Las fotos que llevan asteriscos no son mías.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Epílogo


Lolita Palma en la playa de Rota, frente a lo que queda de la Culebra: un pecio desarbolado, donde se aprecian marca de balazos y huellas de incendio. Intenta imaginar, reconstruir los últimos momentos de la embarcación. (802)

Entra en el pueblo. Como en todos los pueblos de la comarca, Rota quedó devastada por los robos, asesinatos y violaciones cometidos durante la retirada francesa. Pasando entre la iglesia parroquial y el castillo viejo, titubea buscando orientarse. Encuentra el edificio, un antiguo almacén de vinos, reconvertido en hospital. (804)

Un ayudante de cirujano de la Real Armada, le presenta sus respetos y le enseña el lugar al fondo de la nave. Sobre un jergón un hombre inmóvil, tumbado de espaldas, la sábana hasta el pecho. El rostro demacrado, la barba de días, en la mirada relumbres de fiebre. Ya no son verdes los ojos, sino oscuros, de la dilatación de las pupilas. El contorno de la sábana, bajo la cadera derecha, se adivina el hueco de la pierna amputada. (805)

Las calenturas agrietaron los labios, cubriéndolos de costras y llagas. Esa boca la besó una vez. Lolita le habla. Le debe mucho, capitán. Este es un lugar terrible. Lo sacarán de aquí. Vivirá. Saldrá adelante. Hay dinero que espera. Usted y su gente lo ganaron de sobra. Los cirujanos dicen que se recupera bien. Tendrá lo que quiso siempre: un trozo de tierra y una casa lejos del mar…

Yo ya estoy muerto. Me mataron en la ensenada de Rota. Estoy enterrado en aquella playa. (808)

Cap. 18 Esc. 7

Tizón aguarda apoyado en el muro. Los alaridos cesaron hace rato. Duraron una hora. Unos más cortos, otros más prolongados: estertores de agonía que parecían interminables. Unos pasos lentos e indecisos asoman por la escalera. Es Felipe Mojarra. Ya está. Hecho.

Cap. 18 Esc. 6


Felipe Mojarra baja por la escalera de caracol a tientas. Nota la boca seca y la piel acorchada, insensible a todo excepto al estremecimiento periódico del pulso que late. Aún le roe la garganta su propio gemido de estupor; la queja desesperada, ronca y rebelde, ante lo inexplicable, lo absurdo, lo injusto. La desolación en no reconocer en aquél cadáver pálido y desgarrado a la hija. (797)

Abajo, en el sótano, recobra la estabilidad, la mano apoyada en la pared. La luz indecisa muestra a un hombre desnudo a excepción de una manta puesta sobre los hombros y un vendaje sucio sobre la cintura. Sentado con la espalda contra la pared, grilletes en las manos y los pies. Verdugones de golpes por todo el cuerpo. Levanta la mirada hacia el salinero, mediana edad, pelo rojo, piel moteada. Felipe Mojarra abre la navaja y ésta emite un chasquido. (798)

Cap. 18 Ec. 5

“En la penumbra de un farol puesto en el suelo, entre los escombros del patio del castillo de Guardiamarinas. Junto al boquete del muro que da a la calle del Silencio.” (787)

Foto 18.5.1 Patio Castillo Guardia marinas.

Foto 18.5.2 Silencio.
Rogelio Tizón requiere la interpretación científica de su amigo el profesor Hipólito Barrull. El asesino ha resultado ser un jabonero. Un maldito y simple jabonero. Barrull ha hablado con él media hora. En el ruinoso sótano del castillo, a donde el comisario ha querido trasladarlo para el interrogatorio, en vez de a los calabozos de la calle del Mirador.

Es un hombre obsesionado por la precisión, familiarizado con la química, un espíritu cuantificador, geométrico. Aunque nunca recibió educación científica es un matemático natural. ¿Por qué mata? Quizá la soberbia o el resentimiento. Tuvo una hija que murió con dieciséis años durante una epidemia de fiebre amarilla. Fabricar jabones no es un simple trabajo, es alta precisión. Combinar con exactitud los elementos que van a ir a parar a las pieles de las mujeres jóvenes. Las que entraban en su tienda a pedir. La idea del látigo se la daría la cofradía de disciplinantes. No era miembro numerario, tan solo un ayudante de ceremonias. (790)

Para prever las bombas. Fue capaz de intuir que Cádiz es un lugar especial conformado por el mar, los vientos y la estructura urbana que los enfrenta y canaliza. No es sólo un conjunto de edificios habitados por personas, sino un conglomerado de aire, silencios, sonidos, temperatura, luces, olores… Compuso en su mente un mapa peculiar de la ciudad. Una ciudad paralela. Oculta. (791)


Foto 18.5.3 Cenital de Cádiz.

Barrull aventura una teoría. Cuando las bombas francesas empezaron a tronar, el complejo mundo del químico-jabonero tiró por direcciones insospechadas. Quizás al principio temió ser víctima de una bala de cañón. Quizás acudía al lugar de los impactos, atraído por la satisfacción de salir indemne. Puede que ese sentimiento de alivio diera paso a otros. Al deseo de exponerse. Compensando el error de la ciencia. Colaborando con la técnica imperfecta. De ese modo una vida y el lugar del impacto coincidirían. La obsesión acompañada de una sensibilidad extrema generaría un monstruo. En su cabeza compuso un mapa de los puntos en que habían caído las bombas y les atribuyó probabilidades. ¿No estarían condicionadas por, pej, dirección y confluencia de los vientos? Identificó huecos que se iban a llenar. El que no cayera bomba en la muerte de la calle del Laurel, ni antes ni después, hace más razonable la teoría, le otorga su cuota de error. (793)

Ya no solo se trataba de corregir imprecisiones de la ciencia. O llenar con dolor ajeno el vacío de su hija. Sino de confirmar una y otra vez que había accedido a los arcanos del conocimiento. De ahí que aceptara el desafío final. Comiéndole una pieza distinta a la esperada. (794)

Cadalso, el ayudante, viene por la calle acompañado de otra persona. El padre de la muchacha. Tizón agradece a Barrull su contribución y le pide que se marche. ¿Qué pretende hacer? Hágase cargo de que nunca estuvo aquí. Pasa por el hueco del muro y desaparece en la calle del Silencio. El comisario también despide a su ayudante Cadalso. Entonces se vuelve al recién llegado. Un brillo de metal reluce en su faja. Está abajo, le dice. (795 y ss.)

Cap. 18 Esc. 4

Los franceses recogen los bártulos. La salida del rey José de Madrid y el rumor de que el general Wellington ha entrado en España, ponen al ejército de Andalucía en situación difícil. Hay que ponerse a salvo al otro lado de Despeñaperros. Simón Desfosseux mira por el telescopio. No ha llegado a alcanzar la iglesia de San Antonio, a 2870  toesas, se quedó en 2828. Para encubrir el movimiento de retirada, hay que disparar hasta el último momento. (780)


Foto 18.4 Cádiz desde la Cabezuela *.

Treinta meses y veinte días de asedio. 5.574 disparos de artillería de diverso calibre hechos desde la Cabezuela contra la ciudad. La mayoría quedaron cortas o cayeron en el mar. Solo 534 bombas alcanzaron Cádiz, la mayoría con lastre de plomo y sin pólvora. Resultado: algunas casas arruinadas, quince o veinte muertos y un centenar de heridos.

Los zapadores colocan cargas inflamables para acabar con los pertrechos que no pueden acarrear. Desde la otra orilla disfrutarán de fuegos artificiales y luminarias de punta a punta de la bahía.

Cap. 18 Esc. 3

Inspección de la calle del Rosario, no parece la misma de anoche: “blanco de cal, dorado de piedra marina y macetas con geranios en los balcones.”

Foto 18.3.1 Rosario calle e iglesia.

Foto 18.3.2 Rosario Iglesia.

Una veintena de agentes y rondines ha vigilado toda la noche, rodeando el lugar. También han registrado casas y no han encontrado nada. Hay un portal en cuyo quicio hay restos de sangre. Se confirma que ha sido herido de bala.  Algo ha fallado. Seguro que se les escapó, reprende al ayudante Cadalso.

Tizón inspecciona la fachada de la iglesia del Rosario. Edificio integrado bajo la cornisa general de las casas. Solo las torres destacan sobre el grueso portón de la entrada, abierto de par en par.

Foto 18.3.3 Fachada del Rosario.

Foto 18.3.4 Iglesia del Rosario.

Foto 18.3.5 Portón de iglesia del Rosario.

“Tizón asoma al recinto, observando el púlpito y las naves laterales. Al fondo, bajo el retablo, brilla la lamparilla del sagrario.” (773)


Foto 18.3.6 Interior Iglesia del Rosario *.


Todo vuelve a oler a derrota. “Contiguo a la puerta del Rosario, se encuentra el oratorio de la Santa Cueva. Bajo el frontón triangular de la entrada, la puerta está abierta.” (774)

Foto 18.3.7 Entrada Santa Cueva.

Foto 18.3.8 Entrada Santa Cueva.

Tizón se asoma al zaguán. Le llama la atención un objeto al fondo, al final de la doble escalera que baja. En la vitrina de la izquierda, sobre un suelo enlosado en blanco y negro. La imagen de un Ecce Homo. Como muchos que se exhiben en las iglesias de la ciudad. Atado a la columna, la carne desgarrada por innumerables llagas, sangrantes desgarrones de los latigazos. (775)

Foto 18.3.9 Imagen actual entrada Santa Cueva.

Foto 18.3.10 Imagen actual entrada Santa Cueva.
La Santa Cueva es un oratorio subterráneo privado, bajo la pequeña iglesia de planta elíptica. Fundada hace treinta años por el marqués de Valdeíñigo, el padre Santamaría, sacerdote de origen noble. Está consagrada a prácticas ascéticas de una cofradía religiosa: gente de dinero y posición social, escrupulosa observancia de la ortodoxia católica. Lo que incluye penitencia con azotes. Flagelaciones para mortificar la carne. (776)

Nadie pudo entrar ahí anoche. Salvo un cofrade. Pero son gente respetable…

Bajando las escaleras nota la atmósfera de uno de esos lugares imposibles, donde el silencio se torna absoluto y el aire en suspenso, un vórtice. (777)

La cerradura de la puerta es convencional. Saca su juego de ganzúas, descorre el pestillo, queda libre el paso a la cueva sin luz interior, la iluminan con una vela. La sombra del comisario se desliza hacia el interior. A diferencia de la capilla superior, la cueva carece de decoración, las paredes desnudas y austeras. “Es allí donde los disciplinantes de la cofradía ejecutan sus ritos.” (778)

Foto 18.3.11 Interior Santa Cueva *.


Al fondo de la cueva, agazapado contra un ángulo del muro, un bulto oscuro que resopla y gime entre dientes, como una bestia acosada. (778)

Cap. 18 Esc. 2

Al día siguiente, en la salita de recibir de la casa de la calle Baluarte, Tizón anuncia a Lolita Palma la muerte de la doncella Mari Paz. Trámite enojoso. Lolita, sentada en la butaca, retuerce un pañuelo entre los dedos. La encontraron en el patio del almacén de leña. (767)

¿Por qué salió de casa? Fue a un recado a la botica de la Cruz de Madera. Serían las diez. Ya se había cenado en casa. Pensaron que habría regresado y se habría acostado, de ahí que no la echaran en falta. Ella estaba arriba, en su gabinete. Piensa: enfrascada en el papeleo oficial por la recuperación del Marco Bruto y la pérdida de la Culebra. Recordando la mirada de uva mojada de Pepe Lobo. Concédame que es demasiado pedir, le había dicho. (769)

Foto 18.2 Cruz de la Madera.


El comisario la interpela por novios, amigos o familia. Felipe Mojarra se llama el padre, salinero, contesta ella. De la Isla de León. Gente pobre, honrada. Le ha mandado aviso con el cochero para que se persone. Imagina el dolor de la familia. Espantoso. Ya no puede contenerse más. Las lágrimas brotan copiosas. ¿Qué harán con ese canalla?, pregunta. Justicia, responde el comisario.