Después de leer el libro me entretuve en ir recopilando fotos de los escenarios que aparecen. Una forma amena de descubrir nuevas curiosidades relacionadas con la historia de Cádiz. El seguir este blog puede facilitar la lectura del libro o complementarla para profundizar más en él. No es mi recomendación no leer el libro, pero si alguien anda falto de tiempo o prefiere abreviar, puede hacerlo por aquí. La mayoría del texto son extractos. Queda así en forma resumida. Los números entre paréntesis son la referencia a las páginas en la edición de bolsillo. Las fotos que llevan asteriscos no son mías.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Cap. 18 Ec. 5

“En la penumbra de un farol puesto en el suelo, entre los escombros del patio del castillo de Guardiamarinas. Junto al boquete del muro que da a la calle del Silencio.” (787)

Foto 18.5.1 Patio Castillo Guardia marinas.

Foto 18.5.2 Silencio.
Rogelio Tizón requiere la interpretación científica de su amigo el profesor Hipólito Barrull. El asesino ha resultado ser un jabonero. Un maldito y simple jabonero. Barrull ha hablado con él media hora. En el ruinoso sótano del castillo, a donde el comisario ha querido trasladarlo para el interrogatorio, en vez de a los calabozos de la calle del Mirador.

Es un hombre obsesionado por la precisión, familiarizado con la química, un espíritu cuantificador, geométrico. Aunque nunca recibió educación científica es un matemático natural. ¿Por qué mata? Quizá la soberbia o el resentimiento. Tuvo una hija que murió con dieciséis años durante una epidemia de fiebre amarilla. Fabricar jabones no es un simple trabajo, es alta precisión. Combinar con exactitud los elementos que van a ir a parar a las pieles de las mujeres jóvenes. Las que entraban en su tienda a pedir. La idea del látigo se la daría la cofradía de disciplinantes. No era miembro numerario, tan solo un ayudante de ceremonias. (790)

Para prever las bombas. Fue capaz de intuir que Cádiz es un lugar especial conformado por el mar, los vientos y la estructura urbana que los enfrenta y canaliza. No es sólo un conjunto de edificios habitados por personas, sino un conglomerado de aire, silencios, sonidos, temperatura, luces, olores… Compuso en su mente un mapa peculiar de la ciudad. Una ciudad paralela. Oculta. (791)


Foto 18.5.3 Cenital de Cádiz.

Barrull aventura una teoría. Cuando las bombas francesas empezaron a tronar, el complejo mundo del químico-jabonero tiró por direcciones insospechadas. Quizás al principio temió ser víctima de una bala de cañón. Quizás acudía al lugar de los impactos, atraído por la satisfacción de salir indemne. Puede que ese sentimiento de alivio diera paso a otros. Al deseo de exponerse. Compensando el error de la ciencia. Colaborando con la técnica imperfecta. De ese modo una vida y el lugar del impacto coincidirían. La obsesión acompañada de una sensibilidad extrema generaría un monstruo. En su cabeza compuso un mapa de los puntos en que habían caído las bombas y les atribuyó probabilidades. ¿No estarían condicionadas por, pej, dirección y confluencia de los vientos? Identificó huecos que se iban a llenar. El que no cayera bomba en la muerte de la calle del Laurel, ni antes ni después, hace más razonable la teoría, le otorga su cuota de error. (793)

Ya no solo se trataba de corregir imprecisiones de la ciencia. O llenar con dolor ajeno el vacío de su hija. Sino de confirmar una y otra vez que había accedido a los arcanos del conocimiento. De ahí que aceptara el desafío final. Comiéndole una pieza distinta a la esperada. (794)

Cadalso, el ayudante, viene por la calle acompañado de otra persona. El padre de la muchacha. Tizón agradece a Barrull su contribución y le pide que se marche. ¿Qué pretende hacer? Hágase cargo de que nunca estuvo aquí. Pasa por el hueco del muro y desaparece en la calle del Silencio. El comisario también despide a su ayudante Cadalso. Entonces se vuelve al recién llegado. Un brillo de metal reluce en su faja. Está abajo, le dice. (795 y ss.)

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