Después de leer el libro me entretuve en ir recopilando fotos de los escenarios que aparecen. Una forma amena de descubrir nuevas curiosidades relacionadas con la historia de Cádiz. El seguir este blog puede facilitar la lectura del libro o complementarla para profundizar más en él. No es mi recomendación no leer el libro, pero si alguien anda falto de tiempo o prefiere abreviar, puede hacerlo por aquí. La mayoría del texto son extractos. Queda así en forma resumida. Los números entre paréntesis son la referencia a las páginas en la edición de bolsillo. Las fotos que llevan asteriscos no son mías.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Epílogo


Lolita Palma en la playa de Rota, frente a lo que queda de la Culebra: un pecio desarbolado, donde se aprecian marca de balazos y huellas de incendio. Intenta imaginar, reconstruir los últimos momentos de la embarcación. (802)

Entra en el pueblo. Como en todos los pueblos de la comarca, Rota quedó devastada por los robos, asesinatos y violaciones cometidos durante la retirada francesa. Pasando entre la iglesia parroquial y el castillo viejo, titubea buscando orientarse. Encuentra el edificio, un antiguo almacén de vinos, reconvertido en hospital. (804)

Un ayudante de cirujano de la Real Armada, le presenta sus respetos y le enseña el lugar al fondo de la nave. Sobre un jergón un hombre inmóvil, tumbado de espaldas, la sábana hasta el pecho. El rostro demacrado, la barba de días, en la mirada relumbres de fiebre. Ya no son verdes los ojos, sino oscuros, de la dilatación de las pupilas. El contorno de la sábana, bajo la cadera derecha, se adivina el hueco de la pierna amputada. (805)

Las calenturas agrietaron los labios, cubriéndolos de costras y llagas. Esa boca la besó una vez. Lolita le habla. Le debe mucho, capitán. Este es un lugar terrible. Lo sacarán de aquí. Vivirá. Saldrá adelante. Hay dinero que espera. Usted y su gente lo ganaron de sobra. Los cirujanos dicen que se recupera bien. Tendrá lo que quiso siempre: un trozo de tierra y una casa lejos del mar…

Yo ya estoy muerto. Me mataron en la ensenada de Rota. Estoy enterrado en aquella playa. (808)

Cap. 18 Esc. 7

Tizón aguarda apoyado en el muro. Los alaridos cesaron hace rato. Duraron una hora. Unos más cortos, otros más prolongados: estertores de agonía que parecían interminables. Unos pasos lentos e indecisos asoman por la escalera. Es Felipe Mojarra. Ya está. Hecho.

Cap. 18 Esc. 6


Felipe Mojarra baja por la escalera de caracol a tientas. Nota la boca seca y la piel acorchada, insensible a todo excepto al estremecimiento periódico del pulso que late. Aún le roe la garganta su propio gemido de estupor; la queja desesperada, ronca y rebelde, ante lo inexplicable, lo absurdo, lo injusto. La desolación en no reconocer en aquél cadáver pálido y desgarrado a la hija. (797)

Abajo, en el sótano, recobra la estabilidad, la mano apoyada en la pared. La luz indecisa muestra a un hombre desnudo a excepción de una manta puesta sobre los hombros y un vendaje sucio sobre la cintura. Sentado con la espalda contra la pared, grilletes en las manos y los pies. Verdugones de golpes por todo el cuerpo. Levanta la mirada hacia el salinero, mediana edad, pelo rojo, piel moteada. Felipe Mojarra abre la navaja y ésta emite un chasquido. (798)

Cap. 18 Ec. 5

“En la penumbra de un farol puesto en el suelo, entre los escombros del patio del castillo de Guardiamarinas. Junto al boquete del muro que da a la calle del Silencio.” (787)

Foto 18.5.1 Patio Castillo Guardia marinas.

Foto 18.5.2 Silencio.
Rogelio Tizón requiere la interpretación científica de su amigo el profesor Hipólito Barrull. El asesino ha resultado ser un jabonero. Un maldito y simple jabonero. Barrull ha hablado con él media hora. En el ruinoso sótano del castillo, a donde el comisario ha querido trasladarlo para el interrogatorio, en vez de a los calabozos de la calle del Mirador.

Es un hombre obsesionado por la precisión, familiarizado con la química, un espíritu cuantificador, geométrico. Aunque nunca recibió educación científica es un matemático natural. ¿Por qué mata? Quizá la soberbia o el resentimiento. Tuvo una hija que murió con dieciséis años durante una epidemia de fiebre amarilla. Fabricar jabones no es un simple trabajo, es alta precisión. Combinar con exactitud los elementos que van a ir a parar a las pieles de las mujeres jóvenes. Las que entraban en su tienda a pedir. La idea del látigo se la daría la cofradía de disciplinantes. No era miembro numerario, tan solo un ayudante de ceremonias. (790)

Para prever las bombas. Fue capaz de intuir que Cádiz es un lugar especial conformado por el mar, los vientos y la estructura urbana que los enfrenta y canaliza. No es sólo un conjunto de edificios habitados por personas, sino un conglomerado de aire, silencios, sonidos, temperatura, luces, olores… Compuso en su mente un mapa peculiar de la ciudad. Una ciudad paralela. Oculta. (791)


Foto 18.5.3 Cenital de Cádiz.

Barrull aventura una teoría. Cuando las bombas francesas empezaron a tronar, el complejo mundo del químico-jabonero tiró por direcciones insospechadas. Quizás al principio temió ser víctima de una bala de cañón. Quizás acudía al lugar de los impactos, atraído por la satisfacción de salir indemne. Puede que ese sentimiento de alivio diera paso a otros. Al deseo de exponerse. Compensando el error de la ciencia. Colaborando con la técnica imperfecta. De ese modo una vida y el lugar del impacto coincidirían. La obsesión acompañada de una sensibilidad extrema generaría un monstruo. En su cabeza compuso un mapa de los puntos en que habían caído las bombas y les atribuyó probabilidades. ¿No estarían condicionadas por, pej, dirección y confluencia de los vientos? Identificó huecos que se iban a llenar. El que no cayera bomba en la muerte de la calle del Laurel, ni antes ni después, hace más razonable la teoría, le otorga su cuota de error. (793)

Ya no solo se trataba de corregir imprecisiones de la ciencia. O llenar con dolor ajeno el vacío de su hija. Sino de confirmar una y otra vez que había accedido a los arcanos del conocimiento. De ahí que aceptara el desafío final. Comiéndole una pieza distinta a la esperada. (794)

Cadalso, el ayudante, viene por la calle acompañado de otra persona. El padre de la muchacha. Tizón agradece a Barrull su contribución y le pide que se marche. ¿Qué pretende hacer? Hágase cargo de que nunca estuvo aquí. Pasa por el hueco del muro y desaparece en la calle del Silencio. El comisario también despide a su ayudante Cadalso. Entonces se vuelve al recién llegado. Un brillo de metal reluce en su faja. Está abajo, le dice. (795 y ss.)

Cap. 18 Esc. 4

Los franceses recogen los bártulos. La salida del rey José de Madrid y el rumor de que el general Wellington ha entrado en España, ponen al ejército de Andalucía en situación difícil. Hay que ponerse a salvo al otro lado de Despeñaperros. Simón Desfosseux mira por el telescopio. No ha llegado a alcanzar la iglesia de San Antonio, a 2870  toesas, se quedó en 2828. Para encubrir el movimiento de retirada, hay que disparar hasta el último momento. (780)


Foto 18.4 Cádiz desde la Cabezuela *.

Treinta meses y veinte días de asedio. 5.574 disparos de artillería de diverso calibre hechos desde la Cabezuela contra la ciudad. La mayoría quedaron cortas o cayeron en el mar. Solo 534 bombas alcanzaron Cádiz, la mayoría con lastre de plomo y sin pólvora. Resultado: algunas casas arruinadas, quince o veinte muertos y un centenar de heridos.

Los zapadores colocan cargas inflamables para acabar con los pertrechos que no pueden acarrear. Desde la otra orilla disfrutarán de fuegos artificiales y luminarias de punta a punta de la bahía.

Cap. 18 Esc. 3

Inspección de la calle del Rosario, no parece la misma de anoche: “blanco de cal, dorado de piedra marina y macetas con geranios en los balcones.”

Foto 18.3.1 Rosario calle e iglesia.

Foto 18.3.2 Rosario Iglesia.

Una veintena de agentes y rondines ha vigilado toda la noche, rodeando el lugar. También han registrado casas y no han encontrado nada. Hay un portal en cuyo quicio hay restos de sangre. Se confirma que ha sido herido de bala.  Algo ha fallado. Seguro que se les escapó, reprende al ayudante Cadalso.

Tizón inspecciona la fachada de la iglesia del Rosario. Edificio integrado bajo la cornisa general de las casas. Solo las torres destacan sobre el grueso portón de la entrada, abierto de par en par.

Foto 18.3.3 Fachada del Rosario.

Foto 18.3.4 Iglesia del Rosario.

Foto 18.3.5 Portón de iglesia del Rosario.

“Tizón asoma al recinto, observando el púlpito y las naves laterales. Al fondo, bajo el retablo, brilla la lamparilla del sagrario.” (773)


Foto 18.3.6 Interior Iglesia del Rosario *.


Todo vuelve a oler a derrota. “Contiguo a la puerta del Rosario, se encuentra el oratorio de la Santa Cueva. Bajo el frontón triangular de la entrada, la puerta está abierta.” (774)

Foto 18.3.7 Entrada Santa Cueva.

Foto 18.3.8 Entrada Santa Cueva.

Tizón se asoma al zaguán. Le llama la atención un objeto al fondo, al final de la doble escalera que baja. En la vitrina de la izquierda, sobre un suelo enlosado en blanco y negro. La imagen de un Ecce Homo. Como muchos que se exhiben en las iglesias de la ciudad. Atado a la columna, la carne desgarrada por innumerables llagas, sangrantes desgarrones de los latigazos. (775)

Foto 18.3.9 Imagen actual entrada Santa Cueva.

Foto 18.3.10 Imagen actual entrada Santa Cueva.
La Santa Cueva es un oratorio subterráneo privado, bajo la pequeña iglesia de planta elíptica. Fundada hace treinta años por el marqués de Valdeíñigo, el padre Santamaría, sacerdote de origen noble. Está consagrada a prácticas ascéticas de una cofradía religiosa: gente de dinero y posición social, escrupulosa observancia de la ortodoxia católica. Lo que incluye penitencia con azotes. Flagelaciones para mortificar la carne. (776)

Nadie pudo entrar ahí anoche. Salvo un cofrade. Pero son gente respetable…

Bajando las escaleras nota la atmósfera de uno de esos lugares imposibles, donde el silencio se torna absoluto y el aire en suspenso, un vórtice. (777)

La cerradura de la puerta es convencional. Saca su juego de ganzúas, descorre el pestillo, queda libre el paso a la cueva sin luz interior, la iluminan con una vela. La sombra del comisario se desliza hacia el interior. A diferencia de la capilla superior, la cueva carece de decoración, las paredes desnudas y austeras. “Es allí donde los disciplinantes de la cofradía ejecutan sus ritos.” (778)

Foto 18.3.11 Interior Santa Cueva *.


Al fondo de la cueva, agazapado contra un ángulo del muro, un bulto oscuro que resopla y gime entre dientes, como una bestia acosada. (778)

Cap. 18 Esc. 2

Al día siguiente, en la salita de recibir de la casa de la calle Baluarte, Tizón anuncia a Lolita Palma la muerte de la doncella Mari Paz. Trámite enojoso. Lolita, sentada en la butaca, retuerce un pañuelo entre los dedos. La encontraron en el patio del almacén de leña. (767)

¿Por qué salió de casa? Fue a un recado a la botica de la Cruz de Madera. Serían las diez. Ya se había cenado en casa. Pensaron que habría regresado y se habría acostado, de ahí que no la echaran en falta. Ella estaba arriba, en su gabinete. Piensa: enfrascada en el papeleo oficial por la recuperación del Marco Bruto y la pérdida de la Culebra. Recordando la mirada de uva mojada de Pepe Lobo. Concédame que es demasiado pedir, le había dicho. (769)

Foto 18.2 Cruz de la Madera.


El comisario la interpela por novios, amigos o familia. Felipe Mojarra se llama el padre, salinero, contesta ella. De la Isla de León. Gente pobre, honrada. Le ha mandado aviso con el cochero para que se persone. Imagina el dolor de la familia. Espantoso. Ya no puede contenerse más. Las lágrimas brotan copiosas. ¿Qué harán con ese canalla?, pregunta. Justicia, responde el comisario.

lunes, 13 de febrero de 2012

Cap. 18 Esc.1

“En noches como ésta, Cádiz parece sumergirse a medias en el mar que la rodea…” (759)

Rogelio Tizón ha preparado con cuidado la trampa, no quiere fracasar como en los intentos anteriores. El cebo se mueve desde el muro encalado del convento de San Francisco, iluminado por un farol, hasta la calle de la Cruz de la Madera, ida y vuelta. Hay niebla ligera y baja.




Foto 18.1.1 San Francisco.


Foto 18.1.2 San Francisco.

Foto 18.1.3 Camino. Actual Isabel la Católica.

Foto 18.1.4 Camino. Actual Isabel la Católica.
Foto 18.1.5 Cruz de la Madera.

Han sonado tres explosiones lejanas, hacia San Juan de Dios y Puerta de Tierra. Tizón se guarece en un portal próximo a la esquina del Consulado Viejo. “Estar inmóvil con esta humedad nocturna le roe los huesos.” (760)

Foto 18.1.6 Consulado Viejo.

No ha vuelto a haber crímenes desde la noche en que el asesino escapó. A lo mejor el incidente le asustó, o la manipulación en la caída de las bombas quizás haya alterado sus planes. Pese al tiempo transcurrido el instinto le dice que va por buen camino.

La chica de dieciséis años, reclutada en la Merced, va y viene. Le desazona su caminar hastiado, profesional, así no va a funcionar. Pasa por debajo del farol, se detiene, da la vuelta para desandar el camino, tal como ha sido instruida.

Entonces advierte a un hombre que camina solo a lo largo del muro del convento, lleva sombrero y capotillo oscuro. No presta atención a la muchacha, pasa de largo. De pronto de la calle de la Cruz de la Madera llegan los gritos del ayudante Cadalso, el silbato. Tizón sale de su escondite y se dirige hacia allí.

Al cruzarse al hombre, este acelera el paso y arranca a correr. Su instinto de policía le empuja a elegir de modo automático. Reconoce por las zancadas al hombre que huyó por la Cuesta de la Murga. Le sigue. Saca la pistola y la acciona. ¡Al asesino!, grita. Acierta, lo ve caer y levantarse de nuevo. El fugitivo tuerce una esquina. Al hacerlo él, la calle está vacía, en la penumbra gris de la niebla. No puede ser. Se encuentra en el tramo alto de la calle del Baluarte, que cruza con la de San Francisco.

Foto 18.1.7 San Francisco.

Foto 18.1.8 San Francisco cruce con Baluarte.

Avanza como cauto cazador, cachorrillo en mano, atento a las puertas y los soportales. Asoma a uno abierto, largo y profundo, escudriña el interior. Surge una sombra con brusquedad, lo derriba de un empujón y se precipita a la calle. El comisario dispara a bocajarro el segundo tiro de pistola. Recupera el equilibrio, lo persigue y al doblar la siguiente esquina, vuelve a desaparecer. Imposible que se lo haya tragado la niebla o haya alcanzado el final de la calle. A la mitad de ella está la iglesia del Rosario. Ha debido ocultarse en otro portal. Lo mejor será rodear la zona y acorralarlo. Toca el silbato para llamar a sus ayudantes.

Foto 18.1.9 Iglesia Rosario.

Foto 18.1.10 Rosario.

Mientras aguarda, reconstruye los hechos. Entonces se pregunta qué habría ocurrido antes, en la zona oscura de la plaza. Por qué el grito de Cadalso y los primeros toques de silbato.

jueves, 9 de febrero de 2012

Cap. 17 Esc. 5

Relampagueo de disparos, hombres que gritan. Retemblor de la Culebra cada vez que encaja una andanada. Abordó al bergantín Marco Bruto, pasaron al otro lado Maraña y dieciséis hombres. Despegó la Culebra, no sabe cómo le va. El falucho corsario francés dispara cañonazos a discreción. La capacidad de maniobra es mínima con la vela mayor desgarrada. En la cubierta todo astillas y destrozo, y hombres muertos y heridos. Los marinos cargan los cañones y vuelven a disparar una y otra vez, a las órdenes de Pepe Lobo. Uno de los timoneles está tirado contra el trancanil de babor, la tablazón cubierta de sangre. Ve morir al contramaestre por un tiro de metralla. La Culebra está sin gobierno. Las baterías francesas empiezan a disparar desde la playa.

Foto 17.5 Ensenada de Rota.

Entonces pasa muy cerca de la balandra moribunda el Marco Bruto, largada la gavia de trinquete, con la figura delgada e impasible en la popa de Ricardo Maraña. Lo irreparable del desastre devuelve la calma a Pepe Lobo. De pronto un tiro de carronada barre la popa. El capitán corsario siente un frío y repentino entumecimiento de las piernas, nota los calzones ensangrentados, se está vaciando. Mientras la fallan las fuerzas no piensa ni el Lolita Palma ni en el bergantín rescatado por Ricardo Maraña, sino en que no le queda siquiera un palo donde izar bandera blanca.

Cap. 17 Esc. 4

En la torre vigía de la terraza de su casa en la calle Baluarte, Lolita Palma enfila con el catalejo las líneas de la costa, los débiles puntos luminosos de Rota. Tiembla de frío, a pesar de la toquilla de lana que lleva puesta encima de la bata. Las manos y el rostro ateridos, los ojos lagrimeando. La idea de la pérdida del Marco Bruto y su cargamento le angustia. Piensa en Pepe Lobo, rodeado de hombres curtidos, tallados por el mar, escudriñando la oscuridad por delante de la balandra.

Foto 17.4 Torre vigía. Casa Lolita.

De pronto, en la ensenada de Rota, diminutos fogonazos, y como truenos muy lejanos.

Cap. 17 Esc. 3

Simón Desfosseux en su barraca en el Trocadero. Ya ha logrado, desde hace dos semanas, alcanzar las 2800 toesas con sus obuses Villantroys-Ruty. Por tanto, hasta la plaza de San Antonio. Gracias al equilibrio entre la arenilla y el plomo. Van sin espoleta ni pólvora, esto es, nunca estallan; pero al menos, caen, más o menos, donde deben caer. Los informes que llegan de Cádiz mencionan más susto y destrozo que víctimas, pero bastan para cumplir expediente.

Foto 17.3.1 Torres iglesia San Antonio
 
La última comunicación del comisario español, tras un silencio de dos semanas, detalla que para la madrugada de dentro de cinco días apunte a la plazuela de San Francisco, entre el convento y la iglesia del mismo nombre. A este sector alcanzan las bombas que estallan. Pintoresco sujeto ese comisario. Duda el artillero de que las autoridades españolas aceptaran que uno de sus policías, en connivencia con el enemigo, orientase los disparos que caen sobre la ciudad, causando destrozos y muertes. Él se limita a cumplir su parte del acuerdo.

Se dispone ha realizar unos disparos rutinarios, los que corresponden de madrugada, apuntando a la plaza de San Antonio, San Felipe Neri y edificio de la Aduana. Las bombas hacen más daño que antes, pero no cambiarán la situación. Cádiz sigue ahí. Alza un moderno catalejo nocturno, lo monta en el trípode, y recorre los contornos oscuros de la ciudad. Se para en el edificio de la Aduana, donde reside la Regencia, sobre el que ha colocado encima algunas bombas bien dirigidas.

Foto 17.3.2 Aduana.

Foto 17.3.3 Trocadero al fondo derecha.

Apunto de retirar el catalejo, nota una sombra móvil deslizándose por el agua, un barco con todo el trapo izado, ciñendo el viento, navegando silencioso en la oscuridad.

martes, 7 de febrero de 2012

Cap. 17 Esc. 2

Lobo repasa con Maraña la misión suicida en la camareta de la balandra. La carta náutica de la bahía está sobre la mesa. Tres millas separan a la balandra del fuerte francés de Santa Catalina. Las señala con el compás. Desde allí, hacia poniente, la costa describe un doble arco de cinco millas: del fuerte al cabo de la Puntilla, y de este a la punta de Rota. Hay seis baterías francesas defendiendo esa costa: aparte de Santa Catalina, las de Ciudad Vieja, Arenilla, Puntilla, Gallina y las del muellecito de Rota. El piloto apunta que si rola viento, por poco que sea, no ganarán el fondeadero. Pues entonces, pasarán de largo. (733 y ss)

Foto 17.2 Ensenada de Rota.


Pepe Lobo se dirige a la tripulación. Escueto. A gente como esta basta hablarle de botines, y eso hace, detallando cantidades. Manda recado a un viejo marinero que hace de enlace en un botecito con tierra que avise a la señora de que parten.

Piensa Pepe Lobo en Lolita Palma, lo que estará haciendo ahora, y en su última conversación. Dijo saber cuanto necesita, de él, para pedirle le que le pidió, y mirarlo como lo miró. Él, torpe, vio apagarse su rostro en la noche sin atreverse a besarlo una vez más.

Cap. 17 Esc. 1

Lolita Palma viene en calesa hasta la plaza de la Cruz de la Verdad, conocida por el Mentidero. Deja que el cochero y la doncella esperen en la esquina de la calle Veedor. Las bombas caen con sistemática frecuencia, y la plaza se ha convertido en un campamento nómada, a salvo esta zona del alcance de la artillería enemiga. (720)

Foto 17.1.1 Pza. Mentidero

Foto 17.1.2 Calle Veedor.

Pepe Lobo está cenando en la pulpería del Negro, esquina con la calle de Hércules, frente al café del Petit Versalles: “establecimiento de dudosa fama, especializado en sardinas en espetón, pulpo asado y vino tinto. […] a los marinos y forasteros atraen las mujeres que, al caer la noche, rondan la calle misma y la cercana alamedilla del Perejil.” (720)

Foto 17.1.3 Esquina calle Hércules.

Foto 17.1.4 Alamedilla Perejil.

Lolita aborda a Pepe Lobo, tiene un problema, los franceses han capturado el bergantín Marco Bruto, ayer, frente a punta Candor. Es una desgracia. Habla de la valiosa carga, incluido los veinte mil pesos vitales para la supervivencia inmediata de la firma familiar. Ahora está resguardada tras la punta de Rota, en cuanto mejore el tiempo lo llevarán a Sanlúcar para descargarlo. ¿Y ha venido a buscarlo para contárselo? Quiere que lo recupere. Imposible meterse en Rota. Estará protegido por las baterías de la Gallina y la Puntilla. Lolita insiste, se podría intentar de noche, bastará cortar el fondeo y largar alguna vela para que derive y se aleje de tierra. Luego algunas cañoneras de la Armada pueden proteger la retirada, es la única colaboración que de esta puede conseguir.

Echan a andar. La plaza del Mentidero se estrecha en dirección a la explanada, la muralla y el mar, entre el parque de artillería y los pabellones militares de la Candelaria.

Foto 17.1.5 Salida Mentidero hacia explanada y muralla.

Los marinos tendrán una prima adicional sustanciosa. Pepe Lobo se sorprende. Le asegura que la situación es angustiosa. Pero es un suicidio meterse allí. Paran en el antepecho de la muralla, como en la noche de Carnaval. Miran el agua que la marea y el viento remueve en la piedra de los Cochinos. A lo lejos, la luces temblorosas y tenues tras la punta de Rota. Seis millas de distancia. (727)

Foto 17.1.5 Rota al fondo.

Foto 17.1.6 Muralla Santa Bárbara.

La única forma sería arrimarse al castillo francés de Santa Catalina y bajar luego muy cerca de la playa. Abría que abordar el bergantín, reducir a la gente que tenga. Puede intentarse, sin mucha garantía de éxito. Pero ¿por qué habría de hacerlo? Porque se lo pide, contesta Lolita. Pueden matarlo, y a toda su gente, dice Lobo. Lo sabe. No puede prometerle nada, ni tampoco exigir que lo haga, tampoco puede decidir por la tripulación. Está de acuerdo. Recuerdan el beso. Que la besara no le da derecho a disponer de su vida. No; sí a mirarlo como lo mira. Lo conoce bien. Lo mejor que haya podido conocer nunca a hombre alguno. Él se acerca. Ella retrocede. En otro lugar del mundo… También ella… Cádiz. Sí; Cádiz… Solo entonces ella se atreve a apoyar su mano ligera en el brazo. Nota bajo los dedos, bajo el paño de la casaca, los músculos tensos del corsario. (732)

Cap. 16 Esc. 3

El profesor Barrull y el comisario Tizón acaban de concluir una partida de ajedrez en el café del Correo. Es tarde, el salón está desierto, las luces del patio apagadas, las sillas recogidas sobre las mesas. (708)

Tres trampas, con tres cebos distintos, y ni ha caído en ellas, ni el asesino ha vuelto a actuar. Barrull se sorprende de que consiguiera la colaboración del artillero francés. El dueño del café se asoma, sin decir palabra. Deberían marcharse. (712)

Caminan despacio hacia la calle del Santo Cristo. “Van a oscuras, con la única luz de la luna que ilumina las terrazas y torres encaladas sobre sus cabezas.” (713)

Foto 16.3.1 Santo Cristo.

Intentan dirimir si el asesino volverá a actuar o se ha olido el peligro. Bajan por la calle Comedias, hasta la taberna de la Manzanilla. Entran en el local. (714)

Foto 16.3.2 calle Comedias.

El juego del asesino es similar al del ajedrez, tomando como tablero la ciudad de Cádiz. Después de tomar unas manzanillas, salen y caminan hacia la plaza del Ayuntamiento. “Un farol encendido en la esquina de Juan de Andas alarga sus sombras en el empedrado, ante las puertas cerradas de las tiendas de costura.” (716)

Foto 16.3.3 Juan de Andas. Actual Cristobal Colón.

A pesar de todo Tizón seguirá manteniendo su plan, escogiendo sitios idóneos, donde el artillero francés dirija los tiros. Esta vez el asesino no escapará. Llegan a la plaza de San Juan de Dios. A la izquierda, el doble pináculo de la Puerta del Mar. (717)

Foto 16.3.4 Puerta del Mar. Actual.
Foto 16.3.5 Puerta del Mar.

Barrull le pregunta si no ha pensado que con su intervención puede haber modificado el territorio del asesino, y por eso lleve tiempo sin matar. La manipulación en las bombas, al alterar el azar de los disparos. Puede ser. Pero quizás termine aceptando el juego.

lunes, 6 de febrero de 2012

Cap. 16 Esc. 2

Regreso de la Culebra con la última captura: una goleta napolitana. Para protegerla al entrar en la bahía del fuerte francés de Santa Catalina, marcha a dos cables de distancia a estribor, interpuesta la balandra.

Foto 16.2.1 Fuerte Santa Catalina. El Puerto.

Foto 16.2.2 Fuerte Santa Catalina.

Foto 16.2.3 Fuerte Santa Catalina.

Foto 16.2.4 Fuerte Santa Catalina.

Foto 16.2.5 Fuerte Santa Catalina.

Foto 16.2.6 Fuerte Santa Catalina.

Les acosa en la distancia un místico francés, salido de la ensenada de Rota. Hay que alargar la virada, con peligro de no sortear los bajos de los Cochinos y el Fraile.

Foto 16.2.7 Bajo Los Cochinos.

Maniobra para poder dispararla. Ricardo Maraña acciona el cañón. A continuación viran, la Culebra machetea poderosa la marejadilla. Ha agujereado la vela trinquete del místico.