Pepe Lobo en tierra. “La balandra fondeó… frente al muelle de la Puerta del Mar, alineada entre la punta del espigón de San Felipe y los bajos que la marea descubre frente a los Corrales”. (498)
Hace media hora Pepe Lobo ha dejado el despacho de los Sánchez Guinea en el Palillero.
Busca a Lolita Palma por las librerías de San Agustín y San Francisco para consultarle un par de gestiones oficiales en curso.
A la doncella Mari Paz la manda con los paquetes de las compras a la casa de calle Baluarte mientras ellos pasean hacia la Alameda por la calle del Camino. (503)
Pepe Lobo se siente “irritado consigo mismo, y divertido… por la suave inseguridad que siente cosquillear en sus ojos y sus manos. Que le enronquece la voz. A sus años. Ni siquiera las mujeres hermosas lo intimidaron nunca, antes… La mirada serena que tiene delante, el tranquilo aplomo de la mujer... le causan una sensación grata, de relajo cómplice.” (503)
Le cuenta cómo ha ido la campaña: cinco capturas. Nada mal. Quizás un falucho portugués le de problemas en el tribunal de presas… (504)
Los franceses aprietan en Tarifa, y para enlazar y llevar y traer despachos la Real Armada quiere agregar a la Culebra por un mes. Tendrán que consentir.
“El paseo los ha llevado hasta la plaza de los Pozos de la Nieve.”
“La Alameda se extiende a la izquierda, palmeras y arbolillos despojados por el invierno, alineados en tres filas paralelas a lo largo de la muralla, hasta las torres de la iglesia del Carmen y la silueta ocre del baluarte de la Candelaria, que se adentra como la proa de un barco en el mar ceniciento.” (507)
“Se han detenido sobre la muralla, junto a los primeros árboles y bancos de piedra de la Alameda. La bahía se ve desde allí como una extensión apenas ondulante, plomiza y fría… Lolita Palma apoya las manos enguantadas en el pomo de ébano y marfil de su paraguas negro.” (507)
Cuenta Pepe Lobo que estuvo en el cañoneo de Algeciras… Suena una campana a la espalda, la de San Francisco, anuncia fogonazo de artillería desde el Trocadero, quedan expectantes, inquietos. “El corsario observa que sus manos, que todavía apoya en el pomo del paraguas, aferran éste con más fuerza, crispadas…” El estampido suena a los quince segundos lejos, hacia la Aduana. “No era la nuestra –dice ella.” (508 ss)
Cuenta Lolita del novicio del convento de San francisco que da el toque de campanas con cada bomba. Y luego de las chicas asesinadas de forma terrible. Lobo le pregunta por su compra en la librería. Comienza a chispear. “A su espalda, el mar gris empieza a puntearse de minúsculas salpicaduras…” “Una súbita marejada creciente levanta espuma en las Puercas, bahía adentro.” (511)
Vuelven sobre sus pasos al apretar la lluvia. Tienen un asunto pendiente. Contarle él la expedición botánica en el Dragón. Otro día. “Caminan por la acera enlosada de la calle de los Doblones, arrimados a las fachadas de las casas. La de los Palma está a veinte pasos, haciendo esquina”.
Ella le espeta: “Envidio su libertad, señor Lobo...”
“Han llegado a la puerta principal de la casa, al resguardo del pasillo amplio y oscuro que conduce a la verja y al patio interior poblado de macetones con helechos.” Se sacuden la humedad que les empapa de la lluvia. Se hace tarde. Se despiden. Ella penetra en la casa. “Pepe Lobo se queda solo en el pasillo, contemplando la luz gris del patio vacío. Después se pone el sombrero y sale de nuevo a la calle, bajo la lluvia.” (513)
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