Siguiendo los muros encalados del convento de Santo Domingo, Rogelio Tizón, en noche de espesa bóveda de estrellas, alcanza la calle la Goleta, donde le espera la partera tía Perejil, para consultar a la vieja adivina la Caracola. (385)
La adivina entra en trance y ve un lugar santo, una cueva, ¿la Santa Cueva?, pregunta Tizón. Al final la llama bruja farsante y vieja puerca. Sale de allí.
Avanza blasfemando por las callejas del barrio de Santa María. Llega a la esquina de la calle de la Higuera. Oye música de un tugurio. Sigue caminando. Junto a la luz de un farolito en una plazuela frente a la torre de la Merced pasea una joven prostituta.
La aborda, le pide papeles, él no paga putas, se acuesta con ellas cuando le parece. A veces se deja caer por la mancebía de la viuda Madrazo, una casa elegante de la calle Cobos, por la de doña Rosa o por la de una inglesa que tiene abierto local detrás del Mentidero; también lugares sórdidos del barrio Santa María o frente a Puerta de la Caleta.
Foto 8.3.8 Cobos |
Foto 8.3.9 Mentidero |
Foto 8.3.10 Puerta de la Caleta. |
Foto 8.3.11 Enfrente Puerta de la Caleta |
Entra en un cuarto en planta baja, la vieja enlutada lo reconoce, se retira como un trasgo. Hace desnudarse a la prostituta, colocarse como la obligaría el asesino que busca, la deja marchar dándole un doblón, sin tocarla. (396)
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