Lolita Palma en su gabinete, hojeando un libro de botánica, recordando la salida de la Culebra hace tres semanas y el encuentro con el capitán Lobo en San Francisco y posterior paseo. Es la hora de la siesta, que ella nunca duerme. Jornada “regulada por los usos locales del comercio: despacho de ocho a dos y media, comida, aseo de dientes…, cepillado de pelo y peinado a cargo de la doncella Mari Paz, vuelta al despacho de seis a ocho, paseo antes de la cena por calle Ancha, plaza de San Antonio y Alameda, con algunas compras y refresco incluido en confitería de Cosí o en la de Burnel.” (380).
Recuerda la Culebra al abandonar la Bahía, “pegada a las piedras de las Puercas y al bajo del Fraile para mantenerse lejos de las baterías francesas” Siente “el arañazo de una vaga ausencia.” (383)
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