Pepe Lobo en la balandra la Culebra, fondeada a poca distancia del espigón del muelle, orientado el botalón hacia Puntales y el saco de la bahía. Ha recibido carta de Lorenzo Virués traída en bote por dos oficiales del Ejército, contiene la cita para batirse en duelo esa misma noche. La balandra parte en un par de días. No está seguro de aceptar. Su primer oficial Ricardo Maraña no lo ve necesario.
Trueno por babor, una bala de cañón ha sido disparada desde la Cabezuela, rasga el viento sobre el palo de la Culebra, en dirección a la ciudad.
El lugar propuesto, extramuros de la ciudad, en el arrecife de Santa Catalina. A la noche habrá bajamar. Pepe Lobo está decidido a acudir. Ricardo Maraña será su padrino. Y asumirá el mando de la Culebra si a él le pasa algo.
“Los dos corsarios permanecen un rato callados, sobre la borda, mirando en la misma dirección: la ciudad que se extiende ante ellos como un enorme barco que, según la luz y el mar, unas veces parece hallarse a flote y otras estar varado en los arrecifes negros que afloran bajo las murallas. Al rato, Maraña saca un cigarro y se lo pone en la boca: -Bueno. Espero que mates a ese cabrón. Por las molestias.” (626)
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